Por algo NAPALM DEATH tienen ganado el estatus de leyenda: porque después de treinta años son capaces de sacar su disco número catorce con semejante fuerza, convicción y valentía. Sin dejar de lado toda la sabiduría acumulada a lo largo de los años, despliegan una energía y una frescura que no se les veía desde el “Enemy of the music business” del año 2000 (vaya por delante que considero aquel disco el más proporcionado de toda su carrera, por lo bien que combinaba los distintos registros habituales en el grupo). Esto es lo más variado que han hecho desde entonces, con aún mayor equilibrio entre sus ingredientes, pero a la vez siguen siendo ultraviolentos y a ratos incluso parecen más enfadados que nunca.
Por ahondar en estas ideas: no se han conformado con complacer a los nostálgicos y ofrecer un repertorio retro –una jugada quizá fácil en tiempos de “revival”-, pero tampoco se meten en experimentos inapropiados vistos en otras etapas. Y sin embargo lo hacen todo a la vez: el disco recorre todas sus fases previas, influencias, estilos y rasgos, añade alguna nueva audacia y, lo que es aún más alucinante, los amalgama todos con perfecta coherencia. Al grindcore criminal y desmadrado se le unen disonancias, ritmos entrecortados, baterías hardcoreras, riffs Death, chillidos, gruñidos… toda la paleta que NAPALM DEATH ha ensayado durante décadas puesta al servicio de una sola idea: crear un álbum devastador.
Y lo consiguen: frente a discos recientes más apagados o monocromáticos como “Smear campaign” (o el no tan reciente “Order of the leech”), este nuevo ataque suena brillante y vibrante, y su variedad lo eleva hasta alturas muy superiores. Ante un disco innovador como fue “The code is red…”, este va un paso más allá en atrevimiento pero sin llegar a los niveles de la época “Inside the torn apart”/”Words from the exit wound”. Y comparado con su inmediato antecesor, el violento y reivindicativo “Time waits for no slave”, este disco número catorce tiene tanta o más virulencia pero además la expresa con mejores medios.
Su mayor acierto, insisto, es la combinación de los hallazgos del grupo a lo largo de tres décadas, dejando al margen la sempiterna cuestión de que ninguno de estos ND son los mismos que estaban allí entonces. No importa: el espíritu original pasó a Shane Embury y de ahí al resto de miembros de lo que hoy sigue siendo la formación básica del grupo, con la ausencia del difunto Jesse Pintado. Así, la herencia de clásicos como “Utopia banished” está presente en trallazos como “Think tank trials”, los orígenes más radicales se aprecian en la breve “Nom de guerre”, hay espacio para las indagaciones rítmicas propias de un disco como “Fear Emptiness Despair” en “Blank look about face”, y los escarceos más groovies de la era “Diatribes” vuelven a la palestra en temas como “The wolf I feed” y “Orders of magnitude”.
Y encima es un disco directo, muy inmediato y que engancha desde el principio. En absoluto simple, porque cada tema recorre un buen número de secciones, ambientes y velocidades distintas, pero sí muy directo, como decía. Estribillos fáciles y destructores como “Think tank trials” o “Quarantined” van directos a la médula. Y “Barney” está más colérico que nunca desde hace años, con un vozarrón que parece el de un grizzli infectado con la rabia y puesto de speed hasta las cejas, aparte de que siguen explotando de forma magistral la alternancia de sus gruñidos con los gritos histéricos de Mitch Harris.
Dentro de las audacias antes mencionadas, la más llamativa es la del tema “Everyday pox”, que cuenta con la participación al saxo del insigne John Zorn, creador de los no bien conocidos pero geniales NAKED CITY así como de PAIN KILLER, estos junto al batería ex-NAPALM DEATH Mick Harris. Pero también voces melódicas en “The wolf I feed” que recuerdan a los primeros FEAR FACTORY, coros orquestales en “Fall on their swords” y “Blank look about face”, o los propios ritmos Groove ya apuntados, que nunca sobrepasan una aceptable discreción pero que le dan al conjunto unos momentos de contraste verdaderamente impagables. Lo que no cambia es la orientación de las letras, siempre centradas en problemas de nuestro mundo como la ecología, la explotación humana o las tiranías de la política.
Junto a los anteriores grandes ejemplos de variedad y de calidad, el final del disco parece decaer hacia un panorama algo más previsible, con varios temas convencionales y “normalitos”… pero justo al final rematan con “A gag reflex”: la balanza se inclina hacia el lado de la satisfacción completa y el círculo se cierra con este tema de marcada factura Death, lo poco que aún no había tenido ocasión de destacar en todo su esplendor. Es una jugada maestra y culmina un álbum en el que NAPALM DEATH se han recreado a placer. Quizá mirados por separado, los distintos elementos no tengan la impresionante categoría propia de los clásicos, pero la sabia combinación y la salvaje ejecución de todos ellos devuelve a NAPALM DEATH a su momento de mayor gloria desde hace años.
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