Trece años han pasado desde el primer disco de los chilenos DOMINUS XUL, y en medio un montón de vicisitudes como la muerte de su cantante de por entonces, Danny Grave, la disolución del grupo, la creación de MELEKTAUS -en una onda más rápida, orientada al Brutal Death- y finalmente la vuelta a la actividad y la publicación de este segundo trabajo bajo los auspicios de Xtreem Music.
Las comparaciones con el primer álbum son inevitables, y de rebote con INCANTATION, así que cuanto antes mejor: frente a él, el sonido de esta nueva obra es decididamente más pulcro, han abandonado la sonoridad oscura, mate, casi opaca, que potenciaba hasta el extremo las frecuencias graves y el disco suena algo más brillante, pero no tanto como para dejar de ser un monstruo de Death tenebroso salido de los abismos infernales. En general se centra menos en lo pesado y lo oscuro y no resulta tan denso, en parte por la sensación causada por el sonido y por todo el espesor del que lo han “aligerado”, pero también porque la propia música no es tan densa. A veces es arrastrada y agónica, como en “A tribute to the real knowledge”, donde intensifican el elemento Doom de su estilo, a veces es veloz sin pasarse (luego entraré en eso), y en general sombría pero sin alcanzar aquel ambiente lóbrego y opresivo de su primer trabajo.
Y los devotos que idolatran el “Onward to Golgotha” tendrán que perdonarme -o esperarme de noche en el portal y hacer un sacrificio ritual con mi cadáver en honor de John McEntee-, pero el “The primigeni Xul” me parece que lo supera en algunos aspectos, es más genuino, más maléfico aún, más oscuramente profundo y con un sentido del caos verdaderamente arrebatador. Ya sé que, por supuesto, no tiene su carácter de piedra angular de toda una corriente, por lo que no es una obra casi intocable y con dimensión de culto. No es ese el asunto: si lo traigo a colación es porque creo que aquel fascinante gusto por el caos se ha perdido y ha dejado paso a una ejecución más ordenada, cada instrumento interpreta su parte sin que la suma de todos ellos logre el aura enloquecida de su primer disco (salvo en varios fragmentos de “Burying the Holy lies”, con esos extraños redobles superpuestos a gritos de auténtico lunático, o en otros temas donde las líneas solistas de guitarra crean un efecto similar y que podrían haber intensificado, por cierto). Cuestión de gustos, supongo.
También hay cierta tendencia a repetir recursos compositivos, como los trémolos de una nota en las secciones rápidas frente a los acordes abiertos en las lentas, una batería que salvo el ejemplo citado es demasiado lineal, una voz que debería intentar no basar tanto sus patrones rítmicos en los de las guitarras, o cosas como ese giro armónico con que empieza “The ancient initiator” (una pequeña célula melódica que es repetida en un registro más agudo), el cual acaban de usar en el tema anterior, lo habían hecho ya en “The secret of liquid arcane” y volverán a hacerlo en el último tema tras el principio más lento. Los recursos son limitados, por supuesto, pero existen más. Tampoco parece muy interesante pasar tres minutos de los seis que dura el citado “The secret…” repitiendo una secuencia de tres acordes, con leves variaciones pero sin más.
Las partes rápidas aparecen en muchos temas, dándoles una identidad más actual y un aire más moderno: en el primero tras la intro (“Burying the Holy lies”), en “The ancient initiator”, en “Dethroning the false father”, en el principio de “I raise Lucifer” y en “Time for the ancient ones”. Es decir, en cinco de ocho, aunque en todos ellos atraviesan luego otros pasajes y vuelven a los ritmos más pesados, pero también hacen esto a la inversa los que empiezan lentos (salvo el citado “A tribute to the real knowledge”, el único de tempo invariable), de manera que al final las secciones lentas y rápidas están más o menos presentes por igual.
Por otra parte, creo que una de las grandes virtudes del álbum es el sentido de la dinámica que desprende la música, esa capacidad para distinguir intensidades y hasta matices que generalmente las producciones más frías y modernas no tienen. Aquí han logrado plasmar un sonido orgánico que crea tensiones y permite los cambios, en la línea de aquellos álbumes de hace veinte años que fundaron todo un estilo. Está claro que es un buen disco, variado, intenso y con momentos memorables, aunque sin la brillante inspiración y la singularidad de su debut. El paso del tiempo quizá juega también en su contra -al margen de que hubieran dejado el listón muy alto-, porque trece años dan para mucho y a estas alturas hemos oído propuestas superiores en un estilo semejante. Aun así, el resultado es una forma más que digna de revalidar la vigencia de sus autores en el panorama extremo actual.
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