El quinto disco de las huestes de Erik Rutan trae fascinantes novedades, y mejor para ellos que sea así tras el flojo y repetitivo “Fury and flames” del 2008. En esta ocasión han revitalizado toda su propuesta y el resultado no podría ser más actual a la vez que enérgico. Partiendo de una de las mejores producciones en toda su carrera, han logrado un disco furioso pero menos caótico que otras entregas, brutal pero no monótono, intenso pero a la vez inteligible. Un disco que te asalta sin piedad y que desprende genuina violencia, pero que a la vez respira y se deja comprender.
Lejos quedan ya las reiterativas vuelvas de tuerca a los mismos títulos sobre el concepto de reinado, monarquía, trono, etc., y eso que aún les quedaban alusiones a cetros, coronas o realeza, pero debieron darse cuenta de que estaban empezando a aburrir al personal y rectificaron a tiempo. No así con su música, que siguió anclada exactamente en las mismas fórmulas una y otra vez, los mismos patrones, riffs, giros, ritmos… Tras tocar fondo a nivel creativo con el citado cuarto álbum, vuelven ahora más frescos y mejor engrasados que nunca.
Después de esas llamas en las que ellos mismos ardieron quedaron las cenizas de las que ahora resurgen majestuosamente, y qué mejor forma de hacerlo que empezando con un título como “Rebirth”: nada de intros al uso, esto es una breve instrumental pero sin relleno, un minuto de preludio y ambientación antes de la avalancha total con “The eternal ruler”. A partir de entonces puro HATE ETERNAL, riffs intrincados, voz demoníaca que escupe rabia y un vendaval de Death Metal fenomenalmente trabajado a base de arreglos sensacionales, texturas, dobles voces, pasajes solistas y unos músicos totalmente eficaces, hasta llegar al muy coherente título final de “The fire of resurrection”.
Los nueve temas tras la presentación no muestran un cambio sustancial en el estilo ni el sonido del grupo, que conserva intacta toda su ferocidad, pero sí han bajado la velocidad en casi la mitad del álbum, ya que alternan temas a medio tiempo en las posiciones pares desde “Haunting abound”, de manera que la sucesión se vuelve de lo más amena. Además, los temas “rápidos” también incluyen cambios de ritmo y secciones a otras velocidades que aligeran la masa sonora final. Este es sin duda un trabajo soberbio en el que parecen haberse sentado a hacer las cosas con cabeza y estudiando bien la jugada.
Y de remate han superado su otra asignatura pendiente, la de crear riffs o frases medianamente recordables, como en “Thorns of acacia” o “The art of redemption”, aunque les sigue costando transmitir una sensación rítmica fácilmente asequible, un impulso inmediato y claro. Por último, y para no faltar a la verdad, hay que decir que todas sus virtudes son a la vez su único peligro, porque ahora se mueven en terrenos algo más convencionales que antes y porque su nivel de extremismo musical ha bajado ligeramente, pero es que el anterior ya no daba más de sí. Quizá habría sido una buena ocasión para ampliar horizontes compositivos, eso queda a juicio de cada cual, pero lo que está claro es que este es el disco más equilibrado y completo de toda su discografía, sin dejar de ser un álbum apabullante y devastador.
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