
En medio de la
avalancha ultrasónica de blasts despiadados meten partes más pesadas, breaks
poderosos y bastantes detalles técnicos, pero sin abusar. El contraste entre
todo ello es bastante violento, pasan de unas partes a otras sin transiciones y
en todas ellas hacen el bestia hasta límites insospechados. Muchos riffs son de
gran simpleza, incluso con rasgados continuos y economía de notas, frente a
otros más enrevesados donde encajan acentos, cortes y armónicos a velocidad de
vértigo y sin despeinarse, y otros en los que dan rienda suelta a su gusto por
el caos. Está claro que pueden tocar lo que les dé la gana, pero en general
prefieren la vertiente más descarnada y el resultado es devastador, como si te
dieran una paliza entre cuarenta luchadores de sumo y luego echaran tus restos
a las hienas.
La producción va en la
misma línea de ferocidad primaria, la caja de la batería es irritantemente aguda
y seca, la voz regala los rugidos cavernosos con ocasionales gorrinillos y la
guitarra suena a motosierra recién puesta a punto, pero les falta pegada en los
graves y el sonido, pese a ser compacto, tiene poco cuerpo. El disco es toda
una experiencia para los sentidos, pero la tosquedad del resultado global no
hace justicia a las capacidades del grupo, y este es uno de esos casos en los
que hablar de “diamante en bruto” no es un tópico. Podrían haber hecho un disco
apocalíptico, pero se conforman con amenazar, con dejar ver la pata bajo la
puerta -o el hacha tras la mirilla-. Hay partes demasiado parecidas entre sí,
otras bastante convencionales, sobre todo las lentas, una cierta sensación de
apresuramiento al elegir los materiales y la impresión general de haberse
quedado a las puertas de algo grande. Y por más grupos que haya escatimando
duración en sus discos y por más que se ponga de moda, veintiún minutos de
música es poco.
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