Estamos en el 2012 y
para que un grupo grande tenga una mala producción tienen que hacerlo adrede.
Uno grande e incluso uno pequeño, porque hoy la tecnología está casi al alcance
de cualquiera y la producción se traduce en elegir un tipo de sonoridad frente
a otro, el equilibrio entre los instrumentos o la presencia de ciertos
arreglos, pero el hecho de que un disco suene bien va siendo cada vez menos un
mérito, y lo insólito y lo que habría que destacar sería lo contrario. El nuevo
disco de NILE no es una excepción: suena atronador, limpio y a la vez potente,
con unas guitarras que cortan y crujen, más agresivas que cavernosas (lo que no
gustará a todos por igual), y un despliegue de intensidad tremendo.
La incertidumbre con
Sanders & co. venía más bien por el lado compositivo, y en este sentido hay
que decir que en parte se han salido del guión establecido y de la
autocomplacencia de su “Those whom the gods detest” de hace tres años.
Recuperan pegada y la música tiene un carácter muy directo, han aflojado sus
interminables cascadas de notas, escalas y arabescos que se habían vuelto
totalmente predecibles y hasta puede decirse que han dejado de copiarse a sí
mismos. Ahora bien, todo esto lo consiguen a base de crear temas accesibles, “fáciles”
y que apetezca volver a oír, lo cual puede cabrear y decepcionar a mucha gente.
¿Cómo entonces consiguen seguir siendo NILE? Pues porque el estilo es el mismo,
con sus armonías orientales, el alto nivel técnico, los ritmos marciales, el
ambiente majestuoso y la complejidad estructural, pero ya no da lugar a una
mole espesa e impenetrable como en trabajos recientes.
Desde luego no está a
la altura de sus discos de alrededor del cambio de milenio, pero nadie en su
sano juicio podría esperar tal cosa. NILE no van a renovar nada porque eso ya
lo hicieron, y a tal nivel sólo se puede hacer una vez. La opción que les queda
es, por una parte, descongestionar la situación a la que habían acabado por
llegar, y por otra estar sobrados de inspiración. Lo primero lo consiguen, y ya
digo que los temas son más digeribles de lo habitual en NILE (lo que para
cualquier otro grupo equivale a un alto nivel de dificultad), pero lo segundo
no tanto. Cuando se oye el disco unas cuantas veces se desvanece la sensación
primera, y lo que antes era atractivo e inmediato demuestra que no siempre tiene
una base particularmente duradera (“Tribunal of the dead” es un caso claro). Es
decir, que no están sobrados de inspiración ni hay ningún tema que se pueda
calificar de deslumbrante, aunque todos se disfrutan sin problema. Y al menos
conservan un poco la voz gutural, aunque sea testimonialmente y con muy poca
presencia, pero sí un poco más que hace tres años.
Son los NILE de
siempre, lo cual se agradece, se han quitado toneladas de lastre de encima, lo
cual creo que les hacía falta, y suenan más cercanos, cosa que no a todo el
mundo le hará gracia. “The inevitable degradation of flesh” o “Supreme humanism
of megalomania” me parecen dos buenos ejemplos de esto último, y “The gods who
light up the sky at the gate of Sethu” una muestra de los NILE más clásicos. La
técnica, sobra decirlo, está a la altura de siempre, aunque aligerada y sin que
aspire a abrumar a nadie. Un punto muy notable a favor del disco es que el
elemento egipcio, oriental o como se le quiera llamar, no está metido con calzador
en intros con ruiditos, temas atmosféricos, instrumentación tradicional o demás
zarandajas: son las propias escalas y armonizaciones las que toman esos
elementos como materia prima, ellos son el barro con que están hechas y no se
trata de un recubrimiento ni un mero adorno. Creo que esto sigue siendo su
mayor acierto, el mayor signo de continuidad y lo que mantiene alta su credibilidad.
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