A ver… se llaman
KATANA, portada con guerrero oriental victorioso, pintas ochenteras a más no
poder, títulos como “Blade of Katana”, “Heart of Tokyo”, “Asia in sight”… ¿Son
los hijos de Andy Boulton?, ¿la sucursal sueca de LOUDNESS?, ¿un grupo de
versiones de clásicos del HM? Pues todo a la vez y ninguna de ellas. Es cierto
que se gastan unas ropas directamente sacadas de los DEF LEPPARD del
“Pyromania” o de los MAIDEN del “Piece of mind” (del que me tocará hablar al
final), pero consiguen situarse por encima de los plagios y ofrecer una
propuesta propia. En absoluto original ni tampoco demasiado lograda, pero al
menos propia, por más ilustres antecedentes que use como modelo.
Desde luego los podría
haber contratado de estrangis el mencionado Andy Boulton y haberles comprado
sus temas para seguir publicando discos frescos con TOKYO BLADE como los que les
hicieron célebres en sus años. No se notaría mucho la diferencia, salvo porque
KATANA tienen un menor apoyo en los riffs de lo que es normal en el Heavy clásico
y a veces recurren más al procedimiento de melodía sobre acompañamiento de
acordes (aunque luego estos estén recubiertos por un follaje de notas que
parece un riff sin serlo), muy especialmente en los estribillos. Es decir, que
lo suyo es Heavy melódico, o más propiamente NWOBHM pero sin tanto desarrollo
instrumental.
Lo bueno es que están
alejados por completo de todo rastro de chabacanería o zafiedad propio del
“jevi” más burdo. Lo malo es la limitación a la que aludía y que encima agravan
usando la misma armonía en muchos estribillos: aunque por separado cada uno es
resultón porque presenta una melodía con un cierto aire épico y cautivador, el
resultado es que después de oírlos todos seguidos ninguno se queda en la
cabeza, y eso es porque todos están construidos sobre el mismo giro armónico,
la misma –o parecida- serie de acordes.
Pero por lo demás el
grupo transmite elegancia, buen hacer, razonable inspiración, gusto por la
melodía y una presentación general más que aceptable. Se echa de menos, dada la
orientación estilística, más labor de guitarras dobladas, solos más
espectaculares o en general un mayor despliegue de técnica. Pero lo que hay
está ejecutado con solvencia y grabado con buen gusto, aparte de contar con un
sonido muy logrado, limpio pero no aséptico, cálido pero no retro.
Después de unos cuantos
temas que insisten en repetir patrones constructivos y que van perdiendo fuelle
paulatinamente, logran remontar con éxito gracias a otros como “Asia in sight”
o “Rebel ride”, que introducen una muy necesaria alternancia frente a todos los
anteriores, o en menor medida también a “Across the stars” mediante el carácter
casi festivo de su estribillo, aunque vuelven a las andadas usando las
consabidas armonías en la estrofa (también lo hacen en el solo de “Rebel ride”,
así que está claro que esta es su gran asignatura pendiente, si no quieren
acabar en el mismo estancamiento en que se han hundido Steve Harris & co.
desde hace décadas).
Ahora bien, y ya que
menciono a la Doncella, lo que no se les puede perdonar es que en dos ocasiones
caigan en la más bochornosa imitación, calco o como se le quiera llamar, pese a
lo que dije al principio. Cabe un margen de benevolencia –o de incredulidad-
porque ciertamente no lo hacen nunca más a lo largo del disco salvo estas dos
veces, pero es que estas dos son apoteósicas. Hay un primer amago en el minuto
1 de “Neverending world”, cuando aquello suena a IRON MAIDEN que tira para
atrás… pero bueno, es parte del acervo metalero, de la memoria colectiva, y
como tal puede pasarse por alto. Pero lo del minuto 3 es que es directamente el
“Somewhere in time”, por el sonido, la melodía, los acordes y hasta los
arreglos y la entrada de cada instrumento. Alucinante. Menos mal que dura poco,
y uno acaba pensando que ha sido un lapsus. Pero llega el último tema, “Quest
for Hades” –cuyo titulito ya se las trae, por aquel “Quest for fire” del álbum
“Piece of mind”-, el más largo del disco y puesto al final, en la más pura
tradición maidenesca, empieza a sonar y… ¡coño, el mismo bajo que en “To tame a
land”, último tema del “Piece of mind”! ¿Es un homenaje, un despiste, un morro
que se lo pisan? Y luego entra la voz… ¡¡Bruce Dickinson total!! Declamando
como en tantos momentos de sus discos de los 90. De verdad que es completamente
inverosímil, y mucho más teniendo en cuenta que no lo han hecho ni por asomo en
el resto del disco (no de esta forma literal, quiero decir). Pasado el susto,
el tema evoluciona con soltura, aunque tras el minuto 4 y medio se sacan de la
manga una melodía instrumental demasiado parecida a la de la estrofa de “To
tame a land”… ¿Más casualidades? En fin, mejor dejarlo aquí.
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