Para quien no los conozca, HEXEN vienen de Los Angeles, se formaron en el 2003 y, tras una muy cualitativa serie de Demos, en el 2008 publicaron con el sello Old School Metal el fabuloso “State of insurgency”, regrabando bastantes temas procedentes de las citadas Demos, incluida la recreación personal del “Heartwork” de CARCASS en el tema “Chaos Aggressor” (ya presente en su primera Demo del 2004). Queda claro que todo el material que produjeron hasta entonces era poco más o menos el mismo, repartido y repetido a lo largo de varias publicaciones. Y he aquí que ahora, cuatro años después, vuelven con este disco titulado como la obra fundamental del filósofo Jean-Paul Sartre, vuelven con música totalmente nueva, sin rescatar nada del pasado y, por tanto, partiendo de cero.
Y vaya si parten de cero. De lo que habían hecho no queda apenas rastro, ni por el estilo ni por los logros compositivos. Este disco parece hecho por otro grupo, y eso que sólo ha cambiado uno de los guitarras, el resto de la formación (segundo guitarra, bajo/voz, batería) son los mismos músicos. Ahora hacen una especie de pretendido Thrash con base melódica… pero no nos engañemos: el Thrash es el paraíso del Riff, y aquí apenas hay riffs. Esto es Heavy disfrazado de Thrash, con un poco de Power vulgar, algo de NWOBHM infumablemente genérico, una voz agresiva y unos ocasionales blasts que parecen ser lo único cañero. No tengo nada en contra de ninguno de esos géneros, ni de la mezcla en general, ni de los cambios estilísticos por parte de los grupos… Pero es que a HEXEN se les ha ido la inspiración a tomar vientos y han hecho uno de los discos más vulgares que haya escuchado últimamente.
La producción es formidable, sonidazo, potencia, todo un cañón, y con los instrumentos claros a la vez que orgánicos y crujientes. Me alegro. Es lo único que hace que el disco no sea “desagradable”, es decir, que dé el pego. No molesta porque todo parece muy bien hecho y suena del copón, pero se trata de una música común, corriente y anodina hasta decir basta. Hay cambios de ritmo y muchas partes en cada tema, y variedad desde luego no le falta. Solos resultones, arreglos solistas, un bajo con interesantes aportaciones y técnica suficiente. Pero de qué sirve esto si no tienen claro su norte estilístico, si sus ideas compositivas son ramplonas, si oscilan entre copiar las partes instrumentales de IRON MAIDEN y las estrofas más añejas del primer Speed, si una y otra vez recurren a las mismas armonías en las secciones centrales de los temas, si la voz es plana y sin inflexiones…
Pero lo peor de todo es, como decía, que pareciendo Thrash no hay apenas riffs. La técnica más socorrida es la de la melodía con acompañamiento de acordes, como las canciones de misa. O como en el Pop. El estilo es otro, claro, pasado por el tamiz de la agresividad y la distorsión guitarrera, pero la técnica constructiva es esa, no siempre, por supuesto, pero sí demasiado a menudo. El caso más insufrible es “The nescient”, y cuando intentan riffear les salen unas cosas sosas y amorfas como en “Indefinite archetype” o “Private Hell”. Luego mucho arpegio, mucho redoble, mucha frasecita solista, mucho ruido y pocas nueces. Vuelta con las armonías maidenescas, las guitarras dobladas que llevamos oyendo treinta años, las partes acústicas vacías y triviales, los alardes de técnica que no son para tanto y hasta unos ecos descarados del “Master of puppets” en “Walk as many, stand as one”. Lo de “Chaos Aggressor” no era un plagio, aunque pueda dar esa impresión cuando se oye por primera vez, sino una versión de un tema. Aquí lo que pasa es que las ideas ajenas, los lugares comunes y los topicazos van y vienen durante todo el disco y circulan a sus anchas.
Para rematar la jugada nos despiden con un “tema” de casi quince minutos al que han titulado “Nocturne”. Será porque la primera de sus ocho partes empieza con el tema del Nocturno Op. 55 Nº 1 de Chopin, si no, no se entiende el titulito. Desde luego no tienen claro lo que es un nocturno, pero tampoco cómo se construye un tema de un cuarto de hora. Puestos a aparentar, que hubieran enlazado los nueve temas del disco y pretendido que eso es un tema. Sin embargo, no ocultan que la piececilla en cuestión tiene ocho partes distintas (y tan distintas, como que no tienen ni hilo conductor ni la menor relación entre sí). Esta estrategia es una muestra reveladora del planteamiento tramposo de todo el álbum: parece que ponen las cartas sobre la mesa porque dicen que hay ocho partes pero a la vez no renuncian a darse aires presentándolo como una unidad, como un solo tema grandioso y de ambiciosas dimensiones. Aclárense, hombre. Pues así todo, quieren parecer una cosa y luego son otra o cachos de otras varias y encima sacados de lo más ramplón de cada sitio. En fin, el colmo de la pretenciosidad. Sólo apto para gente que lleve dos meses oyendo música.
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