Por fin los hermanos Kolesne/Camargo, los brasileños más cabestros a la vez que técnicos, han conseguido parir un álbum dinámico y variado, y ya era hora. Lejos quedan los “Conquerors of Armageddon”, “Works of carnage” y su largo etcétera de discos casi imposibles de distinguir. Quizá sea cuestión de gustos y habrá quien abomine de mis palabras, pero cuando el propio grupo ha acabado por dar este giro, por algo será.
Es cierto que “Ageless venomous” –en cuya gira un servidor los descubrió-, era todo un alarde de precisión instrumental, con esos malabarismos tan bien coordinados entre las cuerdas y la batería y esos torrentes de arpegios que no descansan, pero es que esto mismo se puede decir de cualquiera de sus discos durante más de una década. Y cierto también que en directo son imparables, de lo cual he sido testigo en varias ocasiones, pero su monotonía compositiva, objetivamente hablando, está fuera de toda duda.
Especialmente monótonos han sido en el aspecto rítmico, engendrando siempre riffs de ritmo regular, sin acentos, sin relieve, y acoplándoles luego unos blasts igualmente invariables y siempre a piñón fijo. Era la marca de la casa y se les disculpaba por los méritos que antes he señalado, pero todo tiene un límite y esa fórmula hace ya tiempo que no bastaba para seguir prolongando una carrera tan dilatada. Con “AssassiNation” empezaron a dar muestras de renovación, las consolidaron en “Southern storm” y ahora por fin han dado todos sus frutos y además con pleno convencimiento.
Y lo mejor de todo es que lo han hecho sin dejar de ser ellos mismos. Nadie podrá acusarle de haber dejado de ser KRISIUN ni de haberse ventilado ninguno de sus rasgos de identidad. Lo que han hecho es coger la pequeña veta de gracia, ingenio o como se le quiera llamar, que tímidamente se insinuaba de vez en cuando en algún pasaje y ampliarla hasta abrir todo un filón. No han hecho nada que no estuviera ya en su música anterior. Visto así, viene a ser el ideal de cómo un grupo puede y debe evolucionar, superarse a sí mismo y asegurarse una larga vida manteniendo intacta su credibilidad.
Los blasts siguen apabullando –quizá sin haberse librado por completo de su vieja monotonía-, las cuerdas tejen sus cascadas milimétricas de notas, la voz escupe rabia como siempre, pero hay un aire fresco que se plasma en estribillos como “Blood of lions”, en la parte intermedia de “The extremist” o en temas como “Descending abomination”, que es todo él un ejemplo continuo de música violenta, con técnica y cuidada estructura pero también con chispa. El álbum entero sigue por estos derroteros y además obsequia al oyente con temas largos –dos de ellos en torno a los ocho minutos- pero con una arquitectura que se sustenta sin problemas, hasta alcanzar una duración total por encima de la hora, aunque en varios pasajes divagan más de la cuenta. Aun así, una obra monumental, todo un trallazo y sin duda los mejores KRISIUN hasta ahora.
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