Si su anterior disco, “Black future”, era prácticamente una obra maestra, este se queda lejos: un disco de grandes dimensiones –en todos los aspectos-, pero menos valiente y ambicioso. Hay que reconocerles que practican un tipo de música que no se integra en ninguna moda, y además lo hacen con una solvencia poco frecuente. Siguen fieles a su particular estilo Speed/Thrash con voces casi Black y armonías Voivodianas, arreglos minuciosos y exhibición de técnica, todo ello enfocado a crear un objeto musical coherente, expresivo y de perfecto acabado. Su capacidad como instrumentistas y su pericia constructiva a la hora de componer están más que demostradas, pero esta vez se han ido más a lo seguro que a intentar desarrollar su estilo, profundizar la vía que habían comenzado y dar el siguiente paso lógico. Tanto es así que tres de los ocho temas están rescatados de su primer álbum “Demolition” (oficialmente una Demo), cuando su logo parecía verdaderamente una copia descarada de VOÏVOD. El resultado de esta involución y de este gesto incomprensiblemente conservador es que, pese a ser un gran disco y mostrar un trabajo de composición, arreglos y ejecución soberbio… algo le falta. O mucho.
La principal pega es que explotan ciertos moldes a los que se agarran con demasiada dependencia, básicamente tres: la estructura de los riffs, el tempo de los temas y las secciones instrumentales en medio de estos. Como ahora explicaré, en todos ellos la falta de variación se vuelve evidente al poco tiempo. E insisto: se comprende que les pasara esto al empezar su carrera, pero no que lo retomen ahora.
Los riffs están estructurados casi siempre a partir de una nota base repetida sobre la cual aparecen adornos, dibujos, pequeñas células melódicas… en fin, el riff prototípico del Thrash. Los temas van prácticamente todos a la misma velocidad; atraviesan, cómo no, muchas partes diferentes, pero me refiero al tempo principal, que es el mismo en muchos de ellos. Y los pasajes intermedios en los que el bajo y las dos guitarras se enzarzan en su particular diálogo son demasiado parecidos: los tres reproducen las mismas escalas y frases, a veces armonizadas pero en general al unísono -al menos el bajo con una de ellas-, y además el ritmo de esas frases suele ser tan regular que en ciertos momentos parecen convertirse en un ejercicio de gimnasia más que en música como tal.
Poniéndonos quisquillosos, podemos hasta señalar que el título de cinco de los ocho temas sigue el mismo esquema de adjetivo+nombre, y los otros no andan muy allá (“Dead creations, dead creators”, “Fast paced society”). Quizá parezca una bobada fijarse en algo así, pero la verdad es que crea sensación de monotonía, y encima en este disco en concreto viene a sumarse al espíritu que transmite el apartado musical y que ya he explicado.
Pero frente a todas esas objeciones se alza el colosal primer tema, “Cosmic cortex”, un monumento de más de diez minutos que recuerda las proezas de su anterior álbum y que es tan variado e indomable que incluye los blasts más furiosos que hemos oído hasta ahora en VEKTOR, en medio de pasajes acústicos, arreglos melódicos, solos de impecable fraseo y algunas de las armonías más agresivas de todo el disco. El siguiente “Echoless chamber” aún mantiene una pizca de este aire grandioso, o al menos casi toda su fiereza, pero a partir de entonces comienzan a perder brío y a repetir fórmulas. Si todos los temas hubieran seguido la línea marcada por esa maravilla inicial, su maestría y su capacidad de arriesgar, ahora estaríamos ante la consagración definitiva de VEKTOR como uno de los mayores referentes del Thrash mundial
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