Tercer álbum del
“Pazuzu Naranja” y tercer capítulo de su paranoia espacio-psicodélica-postBlack
ideal para perturbados o iluminados, cosas que a veces coinciden en una sola
mente. Para la ocasión mantienen las líneas maestras de los trabajos previos, una
propuesta reconocida unánimemente entre las más interesantes y adictivas de la
actualidad, pero no llegan al mismo nivel. Al margen de que su debut de hace
cuatro años parecía un disco inalcanzable y sin embargo su continuación lo
superó en varios aspectos, a éste le falta regularidad, un hilo conductor, una
estructura interna sólida. Hay buenos temas, fidelidad a su propio estilo y un buen
nivel general, pero no lo rematan con la ambición y la inspiración demostradas
otras veces y que serían necesarias para poder hablar de un discazo.
Aquel
debut estaba todavía cerca del Black Metal y conservaba algunos de sus
elementos, como los trémolos de una nota, los ritmos marciales de batería, la
velocidad, aun siendo ocasional, o la intensidad de temas como “Myöhempien
Aikojen…”. No eran constantes, ni mucho menos, pero aún servían de anclaje para
esas raíces que ahora cuesta ya encontrar. En “Valonielu” perdura como mucho la
sensación de oscuridad, el aire de esoterismo y demencia, pero sólo como rasgos
de carácter, ya que elementos Black propiamente musicales no hay, salvo quizá
la voz. Ahora bien, todo esto no es ni bueno ni malo, pueden practicar el
género que les dé la gana y de hecho han creado uno propio a base de mezclar
influencias de Psicodelia, Black, Post-Black, Space-Rock y Doom. Su música es
pesada pero a la vez etérea, se arrastra como un dragón furioso y a la vez
flota como una nebulosa psicotrópica. Es una especie de ritual iniciático hecho
mediante sinuosas líneas de bajo, capas y más capas sonoras que se superponen y
una voz que compite con teclados y guitarras por ver quién encuentra el sonido
más sorprendente.
El
estilo permanece casi igual, con toda su extravagancia, su gusto obsesivo por
la repetición, sus ritmos entrecortados y su radical sentido de la identidad, y
los temas como tal no son muy inferiores a otras veces, sin embargo el disco en
conjunto es irregular. “Valonielu” tiene claramente dos mitades, ambas con dos
temas de mediana extensión seguidos de un supertema larguísimo. Lo mejor está
al principio, con los dos primeros, genuinamente ORANSSI PAZUZU, mientras que
los dos al comienzo de la segunda mitad bajan bastante el nivel, sobre todo el
prescindible “Reikä maisemassa”. Tanto el primer como el segundo trabajo del
grupo hay que escucharlos del tirón, sin saltar los momentos más ambientales
tipo “Siirtorata 100 10100” porque son necesarios para el desarrollo del álbum
entendido globalmente. Se trata de un viaje alucinante y alucinado y hay que
hacerlo de principio a fin para vivirlo a fondo. Pero aquí esa sensación se
pierde, no hay una línea que atraviese todos los temas y los una en un solo
espíritu porque su magnitud no da para tanto y hay demasiados cambios para tan
poca extensión. En una hora larga de exigente música como la del “Kosmonument”
de hace dos años -con un título muy descriptivo-, los bajones de intensidad
articulaban el conjunto porque las propias dimensiones de éste lo necesitaban
para no morir de puro paroxismo, pero “Valonielu” está lejos de esa
grandiosidad y no consigue conectar bien sus materiales.
En su
debut empezaron ya con los temas de ocho minutos que luego retomarían en el citado
segundo álbum, ahora lo han llevado más allá y los han convertido en dos
mastodontes de doce y quince minutos respectivamente. Pero mientras que hasta
ahora esos temas de ocho o nueve minutos tenían unidad, en este disco ya no. El
más largo, “Ympyrä…”, en realidad son tres temas distintos pero empalmados uno
detrás de otro. Le pueden llamar como quieran, pero es así, de la misma forma
que si hubieran quitado las separaciones entre los seis temas, o lo que en el
disco se presenta como seis temas, no habrían obtenido uno solo de tres cuartos
de hora. Pues esa es la idea. Y en “Uraanisula” ocurre algo parecido: minuto y
medio de intro acústica, luego un tema de seis minutos, otro de dos minutos
intercalado en medio y por último retoman el anterior, el principal, para hacer
que acabe durando los ocho minutos a los que nos tenían acostumbrados. Y es una
pena, porque hacían fantásticos temas largos, macizos y de una pieza, y los
sabían estirar y llevarlos hasta el borde mismo de la extenuación sin rebasarlo
nunca. A favor de “Ympyrä…” hay que decir que sus cinco primeros minutos son
fabulosos, cómo construyen poco a poco la tensión, cómo surge de entre las
sombras, cómo va creciendo un germen diminuto hasta definirse al final en una
frase concisa poco antes de estallar… Si lo hubieran continuado habría sido
glorioso. También los últimos cinco minutos son dignos de alabanza, con su
majestuosidad barroca también en “crescendo”, todo un delirio hipnótico que cierra
el álbum dejando una gran sensación. Aunque no la mejor posible.
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