Sólo ha pasado un día, pero
a estas alturas no creo que haya un solo metalero en todo el planeta que aún no
sepa que ayer murió Jeff Hanneman. Como a tantos otros, la noticia me ha dejado
sobrecogido, sabíamos de su dolencia, de sus dos años largos de lucha por
recuperarse, de los problemas internos en SLAYER, las especulaciones, la
incertidumbre… pero esto ha sido completamente inesperado. La brutalidad de la
sorpresa, junto al hecho de que Hanneman puede ser considerado sin riesgo de
exagerar el padrino del Metal Extremo, ha sido la causa de este estupor en el
que muchos nos encontramos ahora, y que es aún mayor si has crecido con SLAYER
como telón de fondo y les has seguido desde el “Show no mercy”.
Circunstancias biográficas
al margen, la pérdida es irreparable, y aunque es más que probable que SLAYER nunca
hubieran vuelto a hacer grandes discos incluso recuperando su formación
original, la muerte de Hanneman marca el final de una era. Al menos esta vez las
alabanzas al difunto no surgen tras su fallecimiento, porque desde que el grupo
cayó en el actual periodo de inestabilidad, el consenso sobre la valía del
rubio guitarrista y la reivindicación de su vuelta eran prácticamente unánimes,
igual que era público y sabido que toda la lista de grandes temas de SLAYER son
obra suya, tanto en letra como en música. No habrá que lamentar oportunismos,
reconocimientos tardíos, falsos homenajes, porque su grandeza le acompañó en
vida y le acompaña ahora. Quizá sea ése el único consuelo que nos quede.
“Come and die with me forever,
share insanity”
JEFF HANNEMAN
1964-2013
R.I.B.
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