El culebrón SINISTER continúa y va ya por su décimo capítulo, porque esto es todo un culebrón, al mejor estilo de las telenovelas venezolanas. Parece raro poder agrupar bajo un nombre a una entidad cuyos miembros no sólo no son los mismos que cuando empezaron, sino que ha pasado por metamorfosis y plantillas ya innumerables y en la que, para colmo, el único componente original dejó la batería por la voz hace ya tiempo. Miento: el colmo de estos SINISTER actuales es que toda la formación salvo el susodicho militan aquí desde hace apenas dos años, como si un grupo recién formado hubiera fichado a Aad de cantante. ¿O el colmo es que los cinco al completo sean también la banda ABSURD UNIVERSE, es decir, la misma entidad con otro nombre? Mejor dejamos el tema.
Concedamos al bueno de Aad que en último término es él quien parte y reparte, hace y deshace, que él maneja los hilos y toma las decisiones y que en virtud de eso SINISTER tiene una identidad, aunque quien componga sea el mercenario de turno. Pero lo cierto es que la identidad existe, por asombroso que parezca, y SINISTER es, ha sido y sigue siendo SINISTER. Quienes entran en el grupo parecen caer bajo un hechizo que se les mete bajo la piel y les moldea como nuevos elementos de una larga estirpe unitaria, de manera que el baile de integrantes acaba siendo como el que sucede en los clubes de fútbol, donde bajo una sola etiqueta alienta una tradición y una forma de hacer las cosas que todos reconocemos y algunos, como en este caso, incluso admiramos.
Pero al margen de afectos personales, la nueva entrega del buque insignia del ‘holding’ metalero “Aad Kloosterwaard Ltd.” no es ninguna obra maestra. Eso sí, le da un buen repaso a su anterior “Legacy of ashes” del 2010, presenta a un grupo pleno de energía y vitalidad y devuelve a SINISTER a una más de sus etapas de esplendor en medio de una carrera bastante pendular. Tras la intro de rigor, atacan con “Unheavenly domain” y su poderoso comienzo, y es que estos enésimos SINISTER son poderosos. Es un estupendo comienzo, que además anuncia las coordenadas por las que se moverá el resto del álbum y que, junto al tema-título y a “Regarding the imagery” constituye, en opinión del que escribe, lo más sólido del mismo.
Esas coordenadas consisten en riffs que parecen haber sido engendrados en la cabeza más que en los dedos (vicio en el que me temo que había caído Alex Paul últimamente), continuos cambios de ritmo y estructuras un tanto sobredimensionadas. O sea, todo lo contrario a su oferta del 2010. Paradójicamente, hay a la vez una mayor frescura y un mayor recargamiento que entonces, lo primero gracias al tipo de riffs (que ya no son sólo una pequeña ristra de notas tras otra, sino que recurren a diversos modelos constructivos, ya sean power-chords, rasgueos en palm-mute, diseños casi ‘thrashies’ y otra interesante serie de recursos), y lo segundo porque han querido meter demasiadas cosas en cada tema y se les ha ido de las manos.
El disco respira, qué duda cabe, tiene sus paradas, sus acentos, sus momentos de inspiración, resulta fresco y fluye con gracia… El primer minuto largo de “Blood ecstacy” es un buen ejemplo, hasta que vuelven a las andadas cayendo en el riff genérico seguido de blast a toda leche y a partir de ahí lo mismo de todos los temas: parte rápida, bajón brusco de velocidad, estampida igual de brusca y al final una especie de batiburrillo global en el que junto a ideas de calidad meten otras cuantas ciertamente mediocres, con un resultado irregular y además difícilmente memorable. Casi ningún tema tiene una imagen propia, una personalidad acusada, no hay temas “rápidos” ni “pesados” ni “medios tiempos” porque todos pasan por todo ello antes o después. Se salvan en parte los tres mencionados antes y, sobre todo y como honrosísima excepción, “Oath of rebirth”, tema clásico donde los haya, de ritmo arrastrado y carácter monolítico, que nos recuerda por qué SINISTER seguirán figurando siempre entre los padres del género.
Otro mérito importante de este “The carnage ending” es el sonido, cortante como una cuchilla recién salida de fábrica, metálico y violento, nítido y con cuerpo en los graves, una producción idónea para el estilo que practican. Y respecto a la ejecución… bueno, en el caso de Mr. Kloosterwaard la voz nunca ha sido su fuerte, suponemos que hace una década le apeteció cambiar de instrumento y punto, y siendo el dueño del tinglado a ver quién le niega el capricho, pero le falta potencia, no tiene un timbre particularmente agraciado y tampoco posee variedad de registros ni matices (y por la parte compositiva, sus patrones rítmicos suelen ser bastante simplones). El bajo también está bastante desaprovechado, porque se limita a seguir a las guitarras, salvo alguna vez que las dobla armonizándolas, mientras que éstas, por su parte, tienen entretenidos intercambios y respuestas en los solos, en un estilo por momentos casi propio de SLAYER, además de un amplio abanico de arreglos. La batería brilla por méritos propios, con muchos redobles ocurrentes y a veces hasta arriesgados, tanto que acaba siendo la mayor fuente de dinamismo en el apartado instrumental. Habrá que ver cuánto dura esta renovada encarnación de la bestia holandesa, pero por ahora está furiosa y lista para matar.
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